domingo, 4 de abril de 2010

El Sueño de la Emperatriz



El cielo se torna oscuro hacia el este mientras que múltiples tonos rojizos se multiplican entre las nubes del oeste, jugueteando con las blanquecinas volutas de algodón que adornan cual floreado jardín al cielo sobre la ciudad.

Karen ha llorado toda la mañana y ahora que la tarde llega a su fin los párpados no pueden seguir conteniendo a la vigilia. Harta de la realidad, la pequeña niña se recuesta en su cama en busca de abandonar este mundo, un mundo donde las personas te aman pero te hacen llorar, un mundo donde los amigos están siempre allí, pero ellos también soportan sus propias penas. Un mundo donde el aire se respira, donde el agua se bebe y donde la soledad te agobia incluso entre la más apretada multitud.

La hermosa Karen deja caer los párpados que no quieren llorar más, siente su cuerpo pesado y poco a poco se sumerge en un sueño púrpura.

Desde un punto perdido entre la singularidad y la inexistencia una ventana se ha mantenido abierta. Tras de ella Paozelieth, la hermosa hechicera negra ha estado observando a la pequeña Karen desde hace largo tiempo.

Aquella triste maga cientos de años atrás abandonó la realidad para comenzar a vivir en un mundo extraño y distante, un mundo creado con su magia en donde el amor siempre estaba cerca y el dolor era solo una fantasía. Ella creó un mundo de oscuridad donde las personas cuidaban de la luz que había en sus propios corazones, encendiendo la llama de aquellos que perdían la fe y dando calor a aquellos a quienes la soledad les apartaba de la felicidad.

Pero Paozelieth sentía nostalgia por el mundo en que nació, así que un día abrió una pequeña ventana que le permitía mirar ese mundo. Las cosas habían cambiado, pero no demasiado, aquello por lo que ella se marchó aun seguía allí. Las personas aun odiaban, los amantes aun se traicionaban y las sonrisas seguian siendo opacadas por la tristeza.

Apunto estuvo la hechicera de cerrar definitivamente aquella ventana y olvidarse por siempre de aquel mundo inundado de realidad cuando escuchó una risa que provenía de lo más profundo de la ciudad más grande. Aquella risa venía directa del corazón, carente de toda malicia, una risa que no intentaba ocultar el dolor. Aquella risa no solo denotaba la alegría del alma, sino que contagiaba de felicidad a quienes le escuchaban.

Sonriendo mientras pensaba que aquel mundo tenía esperanzas si alguien aun podía espontáneamente reír de esa manera. Con una sonrisa de esperanza siguió cerrando la ventana cuando de nuevo llegó a sus oídos aquella risa.

Paozelieth quedó intrigada, no se trataba de una risa espontánea, sino de una persona capaz de mostrar su corazón.

Extendió su conciencia en el mundo en busca del origen de aquella risa y llegó hasta una bebé que en su cuna sonreía con cada latido de su corazón.

Desde ese momento la ventana siempre permaneció abierta y con cada nueva alegría de aquella niña de nombre Karen, Paozelieth sonreía; con cada lágrima Paozelieth sufría. Velando por ella y bendiciendo su gran corazón que a pesar de sus penas nunca se cerró, siempre se mantuvo abierto a pesar de las heridas, entregando amor y alegría incluso a aquellos que le hacían llorar.

Paozelieth le amaba por su fortaleza, pensando que si ella misma poseyera un corazón como ese tal vez nunca habría abandonado el mundo. Le lleno de dotes que nunca llevaron etiqueta, la magia de la hechicera guardaba a la niña de la desdicha, el peligro e incluso de la vejez, mas no así del dolor, ante el cual no existe poder lo bastante grande como para detenerlo.

Hoy Karen dormía después de haber llorado por alguien que había lastimado su corazón de nuevo. Paozelieth lloraba con ella.

La hechicera quería consolarle en su dolor. Una lágrima brotó de los ojos de Karen que ya dormía profundamente ente pesadillas. Fue entonces que, haciendo uso de su gran poder la hechicera extendió la mano a través de la ventana que unía a los dos mundos. Llevando un dedo hasta su amada niña tomó entre sus dedos aquella lágrima y con furia la torturó.

Provocando dolor al dolor, sufrimeinto al sufrimiento, pena a la pena, Paozelieth torturó la pequeña gota hasta que la misma se hizo un poco más grande y cristalina. la sal y el agua se solidificaron en un hermoso cristal de purpúreos tonos que resplandecía ante la luz.

La hechicera arrancó uno de sus cabellos y lo unió al cristal. Extendió nuevamente su mano hacia la realidad sintiendo como el aire desgarraba su carne y la luz quemaba sus huesos. Ella ya no era parte del mundo y este no la consideraba un grato huesped.

Así colgó el cristal en el marco de la ventana por donde un rayo de sol entraba implacable.

La hechicera perdió su brazo en aquel acto de amor, pero quedó satisfecha con el resultado. La luz pasó por entre el cristal y su halo se dispersó por todas las paredes de la habitación. En cierto punto sobre la frente de Karen todos los tonos morados se concentraron y dieron origen a una galaxia emplazada dentro y fuera de la realidad.

En esa galaxia todos eran morados y apestaban a incienso púrpura. Un inmenso palacio de sombras y paredes moradas se levantaba para albergar a la soberana de aquel universo. Karen, la Suprema emperatriz púrpura reinó por miles de años esa galaxia y los joycianos le aclamaban por su belleza, amor y sabiduría.

El reinado de Karen fue el más prodigo de todos hasta que un día, tras unos minutos de haber dormitado en su habitación, Karen abrió los ojos. La galaxia se esfumó en la improbabilidad y la hermosa niña estaba sonriente, todo su dolor se había esfumado y los vagos recuerdos de un reino morado aun perduraban ocultos en su mente.

Paozelieth se retiró a sanar su mano, el cristal se quedó siempre en aquella ventana haciendo resurgir aquellos mundos que cada atardecer esperan el regreso de su soberana. La ventana sigue abierta en algún punto de la singularidad y Karen aun sonríe y ama con todo su cora
zón.

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