martes, 25 de mayo de 2010

Esperanza


El tiempo últimamente no me ha dado buenos momentos,
la distancia no me permite ver hacia el horizonte,
y la gente no muestra lo que su alma irradia,
el mar lleva entre las olas todos los sueños abandonados...
y el sol da un nuevo día a la espera de recibir a cambio
miles de sonrisas de todos aquellos que han perdido una ilusión.


La gente habla, llora, grita, pero a la vez no dice nada...
Sé que dentro de poco todo va a cambiar,
quizá llegará alguien con quien pueda volver a creer,
reír,soñar, cantar, contemplar el amanecer y amar.




Muchas veces me he encerrado en un mundo donde no existe nada,
donde he olvidado sentir a la brisa acariciar mi cara,
donde no puedo escuchar al viento cantar melodías fantasticas
y donde las gotas de lluvia no golpean mi ventana.


Pero el tiriteo de las estrellas me hacen volver a la realidad,
El futuro se aproxima y algún día volveré a aquel lugar
donde la luna llena resplandece, donde hay personas que aún creen en mi,
que están en los momentos buenos y que por siempre ahi permanecerán...



Paoz~*

This is how the magic happens~*


Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no se arriesga
a vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú, quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino
de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos,
sonrisas de los bostezos , corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo,
quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música,
quien no encuentra gracia en si mismo, quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien pasa los días quejándose de su mala suerte
o de la lluvia incesante, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo
cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas,recordando siempre que estar
vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida
felicidad...

Love you <3 Paooz~*

viernes, 21 de mayo de 2010

Princesa sin Reino

Sentados frente al mar, contemplando las olas que arremeten contra las rocas y que bañan el arena a lo largo de la playa, hay un caballero sin armadura, un hada en busca de un sueño, una pequeña niña con un gran secreto y una princesa que ha perdido su reino.

El canto de la reina del mar a cesado y las aguas saladas murmuran aun los sollozos de su última canción, rompiendo en blanca espuma su propia tristeza que se ahoga entre el crepitar de la blanca espuma.

De pronto las  aguas se agitan con estruendo. De las inquietas aguas un par de alas negras emergen y sostienen en el aire al dragón que ha surgido de las profundidades. Larga cola, extenso cuello y grandes ojos azules lleva entre las fauces un enorme pez que se sacude aun con la vaga esperanza de volver con bien al agua.

Las hermosas escamas negras brillaron ante el reflejo del sol cuando el dragón se acercaba a sus espectadores, quienes maravillados contemplan el arcoiris que se forma a su alrededor, producto de las gotas de agua de mar que habían sido despedidas durante el surgimiento del dragón.

Posándose sobre la playa el dragón deja caer a su presa y agita las alas, sacudiéndose el agua salada de las membranas moradas que cubren el espacio entre los negros apéndices que vigorosamente se desprenden de los largos brazos del dragón.

El caballero se levantó de la arena y caminó hasta el dragón, sus acompañantes le siguieron charlando entre ellos y comentando sobre el tamaño de la pesca que el dragón había conseguido.

Solo la niña miraba con algo de repulsión el obsequio de aquella bestia comentando:

-Hay que lavarlo bien, tiene baba de lagartija-

-¡Su baba es mucho más limpia que la tuya!- Objetó la princesa con furia comenzando una guerra de miradas entre las dos féminas.

Levantando por la cola a la presa que aun luchaba por respirar, el caballero se interpuso entre las dos mujeres.

-Lo lavaré bien, por muy limpias que estén sus babas no me gustaría tener saliva ni de él ni de ustedes dos sobre  mi comida-

Todos rieron con la broma olvidando su enojo. El caballero cocinó al pescado en el hogar que la niña y el hada encendieron. La princesa acariciaba al dragón mientras este se acurrucaba cerca de la hoguera y se quedaba dormido reposando el manjar que seguramente se habría dado entre las aguas del mar.

El sol se marchó hacia el horizonte y las estrellas contemplaron el fuego encendido donde los amigos consumieron la cena. Con el fuego por testigo y las miradas sobre ella, la princesa contó su historia.

Había una vez un reino lejano donde todo era perfecto. La paz era interrumpida por esporádicas guerras que mantenía ocupados a los hombres. Abundantes cosechas, juglares cantando por las calles de un pueblo que se extendía a las afueras del blanco castillo.

Cúpulas suavizadas en dorados tonos, almenas decoradas con los grabados de flores y querubines. Murallas revestidas de mármol y estatuas de marfil adornando los pasillos hacían de la fortaleza uno de los palacios más hermosos que existieran en aquella parte del mundo.

En el interior de la imponente fortaleza dos reyes regían con fuerza y sabiduría, guardando de su pueblo con tanto celo como lo hacían de su única hija.

La princesa crecía feliz entre los jardines floreados que para ella fueron sembrados dentro de las murallas del castillo. Su belleza alegraba los corazones de quienes le rodeaban. Hermosa y desafiante, la princesa no se quedaba siempre en el castillo. Eran famosas las habilidades de la pequeña doncella para escaparse de sus niñeras y a veces se le veía caminando por las calles del pueblo donde los aldeanos le sonreían y cuidaban de ella dejando que paseara libremente entre ellos.

Jamás existió una princesa más amada por su pueblo que aquella pequeña niña de dorados cabellos que corría de un lado a otro del pueblo escondiéndose de los guardias que jugaban a atraparle para llevarla de vuelta al castillo.

Otras veces la princesa era vista paseando por los bosques al oeste de la muralla, recogiendo flores o frutas silvestres. En uno de esos paseos fue cuando encontró el cuerpo de un hombre ensangrentado que clamaba por ayuda.

 No pasó mucho tiempo entre ese encuentro y el arribo de la hechicera del castillo a quien la princesa condujera por los secretos pasadizos del castillo para poder llegar rápidamente ante el hombre moribundo.

Sin embargo las heridas y quemaduras provocadas por los dragones son profundas y difíciles de curar. La hechicera solo pudo calmar el dolor del hombre mientras agonizaba con el uso de algunas hierbas y encantamientos. Cuando el hombre murió aun aferraba con fuerza un objeto redondo ynecro... el huevo de un dragón.

Nunca se supo el nombre de aquel hombre que se atreviera a penetrar en el nido de un dragón y robar un huevo. Fue sepultado en el cementerio del pueblo y la princesa colocó una flor amarilla sobre su tumba.

La hechicera se apropió del huevo con la intención de preparar algunas pócimas que solo había visto en libros pero que a falta del ingrediente principal nunca había podido preparar. Pero cuando volvió a la habitación llena de aparatos alquímicos el huevo había desaparecido junto con algunos libros que hablaban sobre esas fabulosas criaturas.

Obvia es la furia que inundó a la hechicera por semanas, hasta que alguien descubrió los libros ocultos en un hueco detrás de una fuente, y unas semanas después se descubrió que la princesa tenía una nueva mascota: Un pequeño dragón negro de ojos azules que le seguía a todas partes como si de su madre se tratara. A los reyes e incluso a la hechicera les maravilló la astucia de la pequeña para cuidar al huevo y mantener por días escondida a la criatura hasta que esta aprendió a caminar tras ella.

Los años pasaban y tanto la pequeña princesa como el dragón negro crecían en belleza y tamaño. La hermosa princesa fue conocida como "La princesa del dragón" y, aunque la gente temía a la poderosa criatura, todos confiaban en que su amada princesa le mantendría siempre bajo su control. Los enemigos del reino se replegaron, la guerra no volvió a acechar al reino y el dragón se ganó el cariño de los pobladores.

Al no tener herederos varones y sintiendo el peso de la edad sobre sí, los soberanos de aquel reino decidieron casar a su hija con un noble príncipe cuyo valor, decencia y sabiduría le traían fama por todas las tierras. Considerándole merecedor del trono de su reino y del amor de su hermosa hija ofrecieron la mano y este aceptó de buen agrado, pues famosa era la belleza , coraje y sabiduría de aquella noble dama. Ella por su parte, conocedora de las responsabilidades que tenía para con su pueblo, aceptó este matrimonio aunque jamás hubiese conocido a quien sería su esposo y soberano.

Los convites fueron acordados para que ambos príncipes se conocieran. Las mesas estaban preparadas, todo el pueblo fue invitado al banquete y recibieron con alegría, vitoreando a príncipe y reina madre cuando estos descendían del carruaje que los llevó hasta el reino.

Se sirvieron los alimentos y ambos príncipes se sentaron juntos, charlando amenamente sobre multitud de temas, sonriendo y viendo nacer un pequeño cariño entre los dos. Los soberanos y el pueblo veían con agrado el surgimiento de lo que podría ser una gran historia de amor.

Una sombra cubrió los cielos y el poderoso dragón negro descendió con un rugido en un claro para él reservado en el patio del jardín, custodiado por quince guardias.

Las personas del pueblo señalaron con alegría al dragón y algunos se adelantaron a arrojarle pedazos de carne que la formidable criatura cogía en el aire con saña, engulliéndolos casi al instante sin masticar.

Los guardias del príncipe se atemorizaron al ver las enormes alas cuya envergadura doblaba fácilmente la estatura de cualquiera de ellos, pero valerosos se mantuvieron a lado de su señor y amigo. La princesa pidió disculpas y se levantó de la mesa para correr hacia el dragón, rogando a los aldeanos que no le arrojaran más comida, pues el dragón no se encontraba en buen estado de salud. El dragón bajó la cabeza a la altura de la princesa y esta le acarició la cresta susurrándole unas palabras. El dragón se acurrucó y no tardó mucho en quedarse dormido.

El príncipe miraba con fascinación la escena, sintiendo una enorme admiración por la princesa del dragón, sintiendo en su pecho la emoción y el deseo por saber más de tan formidable dama. Un paje se aproximó para susurrarle algunas palabras al oído, la sonrisa del príncipe se esfumó y su atención giró por completo a su madre cuyo rostro había perdido todo color.

Dos días permaneció la reina madre encerrada en su habitación. Aunque ella se había dicho a sí misma que estaba lista para ello, la visión del dragón sobre el cielo fue demasiado para su valor. El terror que le provocaba aquella terrible criatura era superior a todas sus fuerzas y no pudo evitar pasar por aquella vergonzosa escena durante el banquete.

El príncipe de desconsolaba viendo a su madre pedirle perdón por lo sucedido. Él la reconfortaba y la princesa le acompañó en aquellos momentos asegurándole lo inofensiva que era aquella criatura. La reina madre relató ante la pareja algunas historias de su niñez, cuando un gran dragón asoló sus tierras y ella quedó atrapada entre los cuerpos calcinados de los guardias que dieron su vida por protegerla. Ambos escucharon con pena aquel relato y comprendieron los sentimientos de la anciana mujer.

-No se preocupen por mí- decía ella -ustedes tienen derecho a ser felices. Yo me quedaré a vivir en el castillo que construyó mi esposo y mandaré a construir una cabaña a donde poder acudir cuando ustedes necesiten pasar una temporada en el reino-

Pasaron los días y el príncipe se mantenía distante, pensativo. Cuando la princesa cuestionó  a su prometido sobre el motivo de su preocupación, este le habló con dulzura y sinceridad.

-Es por el dragón, sé que lo amas pero... yo también amo a mi madre y verla en ese estado me hace tener que tomar una decisión muy difícil... Espero que me entiendas, pero he de poner como condición a nuestro matrimonio que el dragón no viva con nosotros... Puedo encargar a mis hombres que busquen a su verdadera madre, o podemos construirle un hogar en las afueras, aunque tal vez tengamos que encadenarlo para que no vuele hacia el castillo a buscarte-

La princesa sintió la decepción por primera vez en su vida, y ese sentimiento creció cuando sus propios padres apoyaron al príncipe tratando de convencerla para que se separase del dragón que desde pequeño había cuidado y con el cual había crecido.

Sentada en su habitación, mirando por la ventana al dragón volar bajo la luz de la luna, cazando murciélagos, la princesa tuvo que tomar una decisión entre lágrimas y sentimientos encontrados.

La princesa amaba a su pueblo, amaba a sus padres y a su tierra, sabía que era lo que tenía que hacer para proteger los intereses de su nación.

A la mañana siguiente la princesa salió del castillo llevando una espada consigo y se dirigió a donde estaba el dragón durmiendo. Tras algunas horas el dragón ya no estaba, tampoco la princesa. Cuando revisaron su habitación encontraron una carta de despedida manchada por lágrimas.

Por primera vez la princesa montaba sobre el lomo de su amigo y juntos cruzaron el océano, en busca de una nueva tierra donde pudieran vivir en libertad.

lunes, 10 de mayo de 2010

La Huída

Pétalos de la rosa que creció una sola noche para morir con el alba, viento que viajo del norte en busca de un sueño hacia el sur, lágrima de una longeva doncella que aguardó hasta la muerte el regreso de su amante, tierra del lugar donde se pronunciara un último adiós, las notas de una triste canción que se llevó el viento en una noche de despedida...

Todos los ingredientes se mezclan mientras la hechicera conjura su magia sobre un brebaje que resplandece con el fulgor de una luna azulada.

Fuera de la habitación el atardecer languidece con los últimos destellos naranjas. la noche se aproxima silenciosa colocando en los cielos las primeras estrellas que aguardarán el retorno prometido de su rey, quien desterrará por siempre las tinieblas y perseguirá la oscuridad hacia el poniente.

El viento silba una canción esperando que a la tranquilidad de la noche sus susurros adormezcan a las criaturas diurnas, saludando a quienes encuentran su hogar en las tinieblas.

Pero la noche no es silenciosa. Decenas de personas tocan a la puerta de la hechicera exigiendo que salga entre vociférios y blasfemias.

Paozelieth observa desde la ventana y sonríe amargamente. entre quienes a su puerta tocan con enérgica rudeza reconoce familiares y vecinos, amigos y amantes.

Allí está la anciana que moría el año pasado y cuyos nietos corrieron a buscar a la hechicera, pues el médico había cerrado su maletín, cobrado sus honorarios y se había marchado para dejarla morir. hablando con ella haciendo muecas de horror ante las afirmaciones de la anciana está su vecina, aquella que a mitad de la noche tocó en esa puerta que ahora intentan derribar, cubierta por una manta en busca de una forma de evitar que su esposo se enterara que en aquel flácido vientre llevaba el hijo de otro hombre.

Algunos hombres han arribado con hachas, entre ellos la hechicera reconoce a su fiel amigo, aquel que juró protegerle como agradecimiento por salvar a su esposa de la muerte. El sacerdote grita dando instruciones mientras llama a Paozelieth bruja, mounstruo, amante de satán.

Debajo del árbol el juez de la capital mira con satisfacción, cree que pronto tendrá una nueva esclava para torturar, violar, quemar viva. Pero seguramente él nunca había conocido a una verdadera hechicera.

La ley impide a Paozelieth usar sus poderes para dañar a cualquier persona, viva o muerta, así que escapará para comenzar una nueva vida. Pero no desea irse sola, esperará hasta el último momento antes de partir esperando que aquel que en su momento le juró amor venga a ella, cumpliendo su promesa de no abandonarla jamás.

Allí lo ve, entre la multitud. Él intentará entrar primero, ella lo sabe pues lo conoce mejor que nadie. Entonces ambos volarán lejos, montando al viento, descansando sobre la brisa de la mañana hasta encontrar un lugar donde el amor pueda germinar y nacer en una nueva vida.


Han derribado la puerta de madera y avanzan por el interior de la casa. Aun deben subir las escaleras para llegar a la última habitación. Se escucha la destrucción, los gritos. Entran por toas las habitaciones buscando objetos de valor.

Paozelieth escucha con tristeza como hurtan la herencia de sus antepasados, como aquellos que creía sus amigos se regocijan con los despojos de su muerte que ya dan por segura. De pronto un dolor agudo atraviesa su corazón, llenándole de lágrimas. Escucha el grito silencioso de la preciosa tortuga que le regalara su abuela cuando era pequeña. Le han hecho daño, está sufriendo. ¿Porqué?... es una criatura inocente incapaz de hacerle daño a nadie... ¿Porqué la lastiman?

La rabia se apodera de la hechicera pero no hay tiempo para hacer nada. El sacerdote y una veintena de hombres están ya atravesando la puerta de su habitación.

Con el vial en la mano la hechicera observa con rencor aquellos rostros familiares que ahora resultan totalmente desconocidos. Trata de ver en ellos vergüenza, pena, arrepentimiento, pero solo encuentra rabia y lujuria tras aquellos ojos.

Todos están en silencio, sosteniendo con manos temblorosas las herramientas caseras que han convertido en armas. A empujones entre ellos un joven se abre paso para llegar hasta el frente de la multitud.

Al verlo la mirada de Paozelieth pierde la fiereza que mantenía congelados a aquellos hombres. La esperanza, el agradecimiento, el amor inundan su corazón. el joven, atemorizado avanza unos pasos.

Con una sonrisa Paozelieth extiende su mano invitándole a acercarse. Ambos beberán del vial y huirán montados en el viento, agitando pequeñas alas azules que los llevarán hacia algún lugar en el mundo donde ambos puedan compartir la eternidad, donde puedan amarse hasta el amanecer y ver cada noche las estrellas que apacibles se mecen en el cielo.

Paozelieth sonríe al pensar en ese futuro, no importa haber perdido su casa, todas sus pertenencias, su vida, pues ahora estarán juntos siempre. Pero lo instantes pasan y él no se acerca. La expresión de alegría de la hechicera pasa a la duda y después  a desilusión cuando el chico retrocede y se oculta tras los hombros de sujetos robustos, con una expresión de pena y vergüenza.

-¡Aléjate de él engendro diabólico! ¡Perra de Satán! ¡Bruja engendradora de demonios! ¡Blasfema!-

Las maldiciones del sacerdote resonaban por las paredes mientras aquellos hombres tomaban valor para avanzar hacia la hechicera que se encontraba hecha un ovillo.

Paozelieth no lo escuchaba, no le importaba lo que sucediera. El dolor de su corazón ardía más que la hoguera en la que sería quemada por aquellos hombres sedientos de sangre, deseosos de infringir dolor y regocijarse con el sufrimiento. Seres miserables con moral retorcida que se escudan en las reglas de la fe para demostrar su verdadera naturaleza.

La hermosa hechicera llora amargamente golpeando los tablones de madera que recubren el suelo con furia. Con cada golpe resuena una sentencia que se incrusta en su corazón, una daga que traspasa la carne y rasga su alma sin atrravezarla por completo, infringiendo dolor sin matar.

"El amor es una mentira", "La amistad es solo conveniencia", "La bondad está recubierta de maldad", "El verdadero goce está en contemplar el sufrimiento de los demás"... Las ideas vuelan por la cabeza de Paozelieth y su alma suplica piedad, piedad para un corazón que siempre creyó en el amor, en la sinceridad, en la bondad de las personas. En un susurro pide a la noche que le proteja, que le haga no sentir este dolor.

La noche apacible e inalterable, fría y dulce que recubre los cielos acunando a las estrellas. la noche que no puede sentir dolor y alegría, que conoce todos los secretos de los hombres y acaricia con el viento las mejillas de quienes por el dolor no pueden conciliar el sueño.

Los ojos de la hechicera pierden el nácar enrojecido por las lágrimas y son llenados por el vacío de la oscuridad. Estrellas, constelaciones se dibujan en aquellas pupilas. Las largas uñas negras pierden dimensión y obtienen una inmensa profundidad, su oscuro esmalte es interrumpido por el brillo de millones de astros que a través de ellas se vislumbran.

Los hombres se acercan unos pasos blandiendo sus armas, deseosos de terminar de una vez y temerosos del poder de la hechicera. Su miedo es justificado, pues paozelieth comienza a gritar, expulsando todo el dolor de su pecho. Grita abrazándose a sí misma, con la frente enclavada en el suelo y las rodillas dobladas bajo la negra falda.

Con el primer grito de dolor todos los objetos de la habitación son expulsados y adheridos contra las paredes. Algunos hombres son proyectados a través de la puerta y, una vez del otro lado, se levantan y echan a correr escaleras abajo sin detenerse a pensar en que fue lo que les sacó de la habitación.

El sacerdote y el juez no corren con mucha suerte. Sus cuerpos son adheridos a las paredes y son incapaces de moverse al igual que otros hombres que se encontraban alejados de la puerta. la mano derecha del sacerdote con la cual en un principio sostenía un crucifijo de plata con hermosos decorados barrocos e incrustaciones de jade y onix ahora está sangrando. Cristales del vial impregnado de aquel líquido azul se han incrustado en su palma y un calor ardiente recorre su palma. El juez, que está a su lado, comienza a gritar con terror mientras contempla aquella mano, pues los dedos están retorciéndose, cambiando con dolor y uniéndose en un solo apéndice. Los poros se abren y de ellos brotan minúsculos cañones que van creciendo y desarrollando las azules cerdas que les dan aspecto de plumas.

El sacerdote se da cuenta y el terror intenta apoderarse de él. Pero recitando un rezo mantiene la suficiente cordura para poder girar sobre sí mismo y reptar por la pared hasta llegar a la puerta, arrojándose en picada por ella.

Es expulsado por la abertura. Adolorido se levanta, arranca una cortina y la usa para cubrir su brazo que ha crecido al doble de su tamaño y se ha forrado de plumas azules. Tras asegurarse de que nadie podrá verlo, echa a correr también, abandonando a su suerte a quienes no pudieron escapar.

Solo un joven valeroso se planta en la entrada y, reuniendo toda su fuerza, intenta avanzar hacia la hechicera. Sus cabellos se agitan violentamente al igual que sus ropas cual si un fuerte viento soplara desde la hechicera. Pero el aire está intacto. Aquella fuerza que de Paozelieth emana intenta alejar todo y a todos.

Sin embargo el joven avanza hasta ella y logra poner la palma de su mano sobre el hombro de la hechicera al tiempo que su voz en tono consolador le habla al oido.

-Basta Pao, se ha terminado, es momento de responder por los pecados-.

Paozelieth puede reconocer el tacto de aquella mano. Es aquella misma mano que alguna vez recorriera su espalda, acariciara sus pechos. Esa voz es la misma que alguna vez pronunciaran frases que le hacían sentirse feliz, amada. Esos labios son los mismos que recorrieran su cuerpo y le susurraban al oído "te amo", "siempre estaré contigo", "te seguiré siempre, no importa lo que suceda".

El dolor se convierte en ira. un solo movimiento y aquellas uñas de oscuridad nocturna atraviesan el pecho del joven, rasgando y hundiéndose en su cuerpo, dejando un solo corte negro, profundo. La fuerza que expulsaba a todos se ha detenido, pero nada se mueve. el tiempo ha dejado de existir, la distancia se ha vuelto subjetiva. La realidad se disuelve conforme se acerca a la herida que sostiene el aterrorizado e inerte joven que no ha tenido tiempo de apartarse.

La herida es pequeña y profunda, rasgando cuerpo, alma, tiempo, infinito y realidad. Por ella no cabe una sola hormiga y el universo entero podría entrar con facilidad. En aquella abertura Paozelieth ve un universo nuevo, una realidad vacía, sin odio ni rencor, sin amor ni desilusión, un universo sin realidad en donde comenzar de nuevo y terminarlo todo.

Dejando todo atras, sus ropas, sus sentimientos, sus pensamientos, la hechicera, poderosa y hermosa, atraviesa aquella abertura, dando la espalda por siempre a un universo, a una realidad que no hizo sino causarle sufrimiento, que le desgarró el corazón. Una terrible realidad se queda atrás, y un nuevo comienzo le espera al frente.

Se dice que en un poblado olvidado existe una casa muy antigua cuyos constructores se escapan a la historia, pues toda información sobre ella se perdió tras un pacto de silencio y la quema de toda documentación existente hace uno quinientos años, todo ello impulsado por los deseos fanáticos de un sacerdote manco que temía poner un solo pie en esa casa. Una pared sella la entrada a una habitación. Una vez unos adolescentes intentaron abrir aquel cuarto para saber que se ocultaba, pero no encontraron nada. Por cualquier lado que perforaran la pared solo podían ver el exterior de la casa. Aunque el espacio está allí, la habitación simpleente no existe.

Nadie puede explicar ese fenómeno, pero algunos dicen que si se escucha atentamente a mitad de la noche, se pueden apreciar las voces de hombres pidiendo auxilio, piedad y perdón.
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