viernes, 21 de mayo de 2010

Princesa sin Reino

Sentados frente al mar, contemplando las olas que arremeten contra las rocas y que bañan el arena a lo largo de la playa, hay un caballero sin armadura, un hada en busca de un sueño, una pequeña niña con un gran secreto y una princesa que ha perdido su reino.

El canto de la reina del mar a cesado y las aguas saladas murmuran aun los sollozos de su última canción, rompiendo en blanca espuma su propia tristeza que se ahoga entre el crepitar de la blanca espuma.

De pronto las  aguas se agitan con estruendo. De las inquietas aguas un par de alas negras emergen y sostienen en el aire al dragón que ha surgido de las profundidades. Larga cola, extenso cuello y grandes ojos azules lleva entre las fauces un enorme pez que se sacude aun con la vaga esperanza de volver con bien al agua.

Las hermosas escamas negras brillaron ante el reflejo del sol cuando el dragón se acercaba a sus espectadores, quienes maravillados contemplan el arcoiris que se forma a su alrededor, producto de las gotas de agua de mar que habían sido despedidas durante el surgimiento del dragón.

Posándose sobre la playa el dragón deja caer a su presa y agita las alas, sacudiéndose el agua salada de las membranas moradas que cubren el espacio entre los negros apéndices que vigorosamente se desprenden de los largos brazos del dragón.

El caballero se levantó de la arena y caminó hasta el dragón, sus acompañantes le siguieron charlando entre ellos y comentando sobre el tamaño de la pesca que el dragón había conseguido.

Solo la niña miraba con algo de repulsión el obsequio de aquella bestia comentando:

-Hay que lavarlo bien, tiene baba de lagartija-

-¡Su baba es mucho más limpia que la tuya!- Objetó la princesa con furia comenzando una guerra de miradas entre las dos féminas.

Levantando por la cola a la presa que aun luchaba por respirar, el caballero se interpuso entre las dos mujeres.

-Lo lavaré bien, por muy limpias que estén sus babas no me gustaría tener saliva ni de él ni de ustedes dos sobre  mi comida-

Todos rieron con la broma olvidando su enojo. El caballero cocinó al pescado en el hogar que la niña y el hada encendieron. La princesa acariciaba al dragón mientras este se acurrucaba cerca de la hoguera y se quedaba dormido reposando el manjar que seguramente se habría dado entre las aguas del mar.

El sol se marchó hacia el horizonte y las estrellas contemplaron el fuego encendido donde los amigos consumieron la cena. Con el fuego por testigo y las miradas sobre ella, la princesa contó su historia.

Había una vez un reino lejano donde todo era perfecto. La paz era interrumpida por esporádicas guerras que mantenía ocupados a los hombres. Abundantes cosechas, juglares cantando por las calles de un pueblo que se extendía a las afueras del blanco castillo.

Cúpulas suavizadas en dorados tonos, almenas decoradas con los grabados de flores y querubines. Murallas revestidas de mármol y estatuas de marfil adornando los pasillos hacían de la fortaleza uno de los palacios más hermosos que existieran en aquella parte del mundo.

En el interior de la imponente fortaleza dos reyes regían con fuerza y sabiduría, guardando de su pueblo con tanto celo como lo hacían de su única hija.

La princesa crecía feliz entre los jardines floreados que para ella fueron sembrados dentro de las murallas del castillo. Su belleza alegraba los corazones de quienes le rodeaban. Hermosa y desafiante, la princesa no se quedaba siempre en el castillo. Eran famosas las habilidades de la pequeña doncella para escaparse de sus niñeras y a veces se le veía caminando por las calles del pueblo donde los aldeanos le sonreían y cuidaban de ella dejando que paseara libremente entre ellos.

Jamás existió una princesa más amada por su pueblo que aquella pequeña niña de dorados cabellos que corría de un lado a otro del pueblo escondiéndose de los guardias que jugaban a atraparle para llevarla de vuelta al castillo.

Otras veces la princesa era vista paseando por los bosques al oeste de la muralla, recogiendo flores o frutas silvestres. En uno de esos paseos fue cuando encontró el cuerpo de un hombre ensangrentado que clamaba por ayuda.

 No pasó mucho tiempo entre ese encuentro y el arribo de la hechicera del castillo a quien la princesa condujera por los secretos pasadizos del castillo para poder llegar rápidamente ante el hombre moribundo.

Sin embargo las heridas y quemaduras provocadas por los dragones son profundas y difíciles de curar. La hechicera solo pudo calmar el dolor del hombre mientras agonizaba con el uso de algunas hierbas y encantamientos. Cuando el hombre murió aun aferraba con fuerza un objeto redondo ynecro... el huevo de un dragón.

Nunca se supo el nombre de aquel hombre que se atreviera a penetrar en el nido de un dragón y robar un huevo. Fue sepultado en el cementerio del pueblo y la princesa colocó una flor amarilla sobre su tumba.

La hechicera se apropió del huevo con la intención de preparar algunas pócimas que solo había visto en libros pero que a falta del ingrediente principal nunca había podido preparar. Pero cuando volvió a la habitación llena de aparatos alquímicos el huevo había desaparecido junto con algunos libros que hablaban sobre esas fabulosas criaturas.

Obvia es la furia que inundó a la hechicera por semanas, hasta que alguien descubrió los libros ocultos en un hueco detrás de una fuente, y unas semanas después se descubrió que la princesa tenía una nueva mascota: Un pequeño dragón negro de ojos azules que le seguía a todas partes como si de su madre se tratara. A los reyes e incluso a la hechicera les maravilló la astucia de la pequeña para cuidar al huevo y mantener por días escondida a la criatura hasta que esta aprendió a caminar tras ella.

Los años pasaban y tanto la pequeña princesa como el dragón negro crecían en belleza y tamaño. La hermosa princesa fue conocida como "La princesa del dragón" y, aunque la gente temía a la poderosa criatura, todos confiaban en que su amada princesa le mantendría siempre bajo su control. Los enemigos del reino se replegaron, la guerra no volvió a acechar al reino y el dragón se ganó el cariño de los pobladores.

Al no tener herederos varones y sintiendo el peso de la edad sobre sí, los soberanos de aquel reino decidieron casar a su hija con un noble príncipe cuyo valor, decencia y sabiduría le traían fama por todas las tierras. Considerándole merecedor del trono de su reino y del amor de su hermosa hija ofrecieron la mano y este aceptó de buen agrado, pues famosa era la belleza , coraje y sabiduría de aquella noble dama. Ella por su parte, conocedora de las responsabilidades que tenía para con su pueblo, aceptó este matrimonio aunque jamás hubiese conocido a quien sería su esposo y soberano.

Los convites fueron acordados para que ambos príncipes se conocieran. Las mesas estaban preparadas, todo el pueblo fue invitado al banquete y recibieron con alegría, vitoreando a príncipe y reina madre cuando estos descendían del carruaje que los llevó hasta el reino.

Se sirvieron los alimentos y ambos príncipes se sentaron juntos, charlando amenamente sobre multitud de temas, sonriendo y viendo nacer un pequeño cariño entre los dos. Los soberanos y el pueblo veían con agrado el surgimiento de lo que podría ser una gran historia de amor.

Una sombra cubrió los cielos y el poderoso dragón negro descendió con un rugido en un claro para él reservado en el patio del jardín, custodiado por quince guardias.

Las personas del pueblo señalaron con alegría al dragón y algunos se adelantaron a arrojarle pedazos de carne que la formidable criatura cogía en el aire con saña, engulliéndolos casi al instante sin masticar.

Los guardias del príncipe se atemorizaron al ver las enormes alas cuya envergadura doblaba fácilmente la estatura de cualquiera de ellos, pero valerosos se mantuvieron a lado de su señor y amigo. La princesa pidió disculpas y se levantó de la mesa para correr hacia el dragón, rogando a los aldeanos que no le arrojaran más comida, pues el dragón no se encontraba en buen estado de salud. El dragón bajó la cabeza a la altura de la princesa y esta le acarició la cresta susurrándole unas palabras. El dragón se acurrucó y no tardó mucho en quedarse dormido.

El príncipe miraba con fascinación la escena, sintiendo una enorme admiración por la princesa del dragón, sintiendo en su pecho la emoción y el deseo por saber más de tan formidable dama. Un paje se aproximó para susurrarle algunas palabras al oído, la sonrisa del príncipe se esfumó y su atención giró por completo a su madre cuyo rostro había perdido todo color.

Dos días permaneció la reina madre encerrada en su habitación. Aunque ella se había dicho a sí misma que estaba lista para ello, la visión del dragón sobre el cielo fue demasiado para su valor. El terror que le provocaba aquella terrible criatura era superior a todas sus fuerzas y no pudo evitar pasar por aquella vergonzosa escena durante el banquete.

El príncipe de desconsolaba viendo a su madre pedirle perdón por lo sucedido. Él la reconfortaba y la princesa le acompañó en aquellos momentos asegurándole lo inofensiva que era aquella criatura. La reina madre relató ante la pareja algunas historias de su niñez, cuando un gran dragón asoló sus tierras y ella quedó atrapada entre los cuerpos calcinados de los guardias que dieron su vida por protegerla. Ambos escucharon con pena aquel relato y comprendieron los sentimientos de la anciana mujer.

-No se preocupen por mí- decía ella -ustedes tienen derecho a ser felices. Yo me quedaré a vivir en el castillo que construyó mi esposo y mandaré a construir una cabaña a donde poder acudir cuando ustedes necesiten pasar una temporada en el reino-

Pasaron los días y el príncipe se mantenía distante, pensativo. Cuando la princesa cuestionó  a su prometido sobre el motivo de su preocupación, este le habló con dulzura y sinceridad.

-Es por el dragón, sé que lo amas pero... yo también amo a mi madre y verla en ese estado me hace tener que tomar una decisión muy difícil... Espero que me entiendas, pero he de poner como condición a nuestro matrimonio que el dragón no viva con nosotros... Puedo encargar a mis hombres que busquen a su verdadera madre, o podemos construirle un hogar en las afueras, aunque tal vez tengamos que encadenarlo para que no vuele hacia el castillo a buscarte-

La princesa sintió la decepción por primera vez en su vida, y ese sentimiento creció cuando sus propios padres apoyaron al príncipe tratando de convencerla para que se separase del dragón que desde pequeño había cuidado y con el cual había crecido.

Sentada en su habitación, mirando por la ventana al dragón volar bajo la luz de la luna, cazando murciélagos, la princesa tuvo que tomar una decisión entre lágrimas y sentimientos encontrados.

La princesa amaba a su pueblo, amaba a sus padres y a su tierra, sabía que era lo que tenía que hacer para proteger los intereses de su nación.

A la mañana siguiente la princesa salió del castillo llevando una espada consigo y se dirigió a donde estaba el dragón durmiendo. Tras algunas horas el dragón ya no estaba, tampoco la princesa. Cuando revisaron su habitación encontraron una carta de despedida manchada por lágrimas.

Por primera vez la princesa montaba sobre el lomo de su amigo y juntos cruzaron el océano, en busca de una nueva tierra donde pudieran vivir en libertad.

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