jueves, 24 de junio de 2010

Labios

Labios que pronuncian mi nombre, labios que me llaman, labios que apacibles guardan el aliento de quien reposa entre mis brazos.

Mi corazón me llama a tomarlos, a apoderarme de ellos en un desvelo de locura, a arrancarles el pudor y a saciar en ellos la nostalgia del amor.

Deseo beber de su néctar cada instante, a cada momento de esta insulsa existencia.

Pero los pétalos de la más delicada de las flores jamás pueden ser tocados, pues quien se atreva a rozarle con la más delicada de las caricias traerá a su belleza la ruina y a su existir el final.

Esos labios me son prohibidos, pues si oso acercarme a ellos romperé aquella flor, desojaré cada pétalo que enmarca su belleza y ésta se marchitará poco a poco hasta que el tallo marrón deje de sostenerse en pie, y sea el viento quien termine su trabajo arrancándole trozos que se llevará volando allá onde yo no pueda encontrarlos, allá donde no podré volver a hacerle daño jamás.

Labios dulces, besos prohibidos que habitarán por siempre en mi imaginación. Contemplando desde la lejanía, acercándome tanto como su esplendor me lo permita, tanto como la razón me haga apartarme, buscando nunca jamás dañar aquella belleza que alguien, en su afán por conquistar lo inconquistable, ha dejado caer en este lugar donde las sombras acechan y donde la soledad es prisionera de su propio porvenir.

viernes, 18 de junio de 2010

De Noche en la Ciudad

La noche se cierne sobre la gran ciudad, autos con luces encendidas circulan por calles vacías con rumbo desconocido, un indigente camina por las calles buscando un sitio para dormir y las nubes en el cielo se pintan de un tenue carmesí, deslumbradas por los astros artificiales que forman geométricas constelaciones en la tierra.

El viento no sopla, las estrellas se refugian entre las tinieblas, intimidadas por la belleza de la ciudad.

Porque de noche es cuando la belleza de la gran urbe cobra su máximo esplendor, cuando las casas son habitadas por familias que descansan en paz, cuando las avenidas no están congestionadas, cuando entre las calles se respira soledad y silencio.

De noche siempre hay un lugar a donde ir si tienes el dinero suficiente para ello, si no lo tienes entonces cualquier lugar es tan bueno como el anterior.

Durante el día el sol brilla para todos, durante la noche las luces del alumbrado publico no distinguen entre las personas y brindan su luz a quienquiera que desee dirigir sus pasos debajo de ellas.

Allá, en la esquina, un semáforo se retira a dormir, dejando solo una parpadeante luz amarilla que reza: "Aunque las calles estén desiertas, ten cuidado".

Entre los arbustos del camellón una joven pareja se oculta, enfrascados en su embelesamiento y buscando un rincón mas privado.

Una ambulancia enciende su sirena y parte a toda velocidad, perdiéndose entre las calles que se iluminan con sus destellos azules y escarlatas, un grupo de trabajadores, agotados, abandonan la estación del metro que esta por cerrar y suben al autobús, dormitando mientras el vehículo avanza sigiloso en la oscuridad, llevando a cada uno de sus agotados pasajeros de vuelta a casa.

Un taxista bosteza, una mujer en minifalda se acerca a un vehículo que se ha detenido ante ella, un par de policías duermen al interior de una patrulla, un perro despierta y ladra a un desconocido que osa avanzar por enfrente suyo, una mujer envuelta en lágrimas recorre las calles llevando un bebe en sus brazos y un restaurante brilla dejando ver mesas vacías y personas solitarias que solo piden un café, un antro guarda montones de adolescentes ebrios....

Me detengo por un momento sobre el puente antes de dirigir mis pasos hacia las calles que me conducirán a mi hogar. Contemplo fascinado la paz, la belleza, la perfección que adquiere la capital ahora que el sol no asedia sus calles.

Por un momento deseo que el sol nunca regrese, que quienes ahora duermen sueñen para siempre, que las luces nunca se apaguen, que esta belleza sea eterna y que yo pueda quedarme aquí, petrificado cual gárgola que adorna lo alto de un muro, contemplando por siempre la belleza de esta gran ciudad.

Imagen Propiedad de: Joaquin Rangel Quintero

viernes, 11 de junio de 2010

Hada

Tristeza, soledad, dolo, llanto, locura...

Un hombre que pierde sus sueños lo ha perdido todo, un hombre que vive sin sueños no está vivo. Sumido en el abismo que arrastra a la locura las sombras envolvían mi corazón y mi mente, demasiado confusa como para responder, se dejaba arrastrar dócilmente, entregando su razón a cambio de algo de paz.

Un recuerdo me llamó, un fugaz momento, unas simples palabras que rezaban "cuando me necesites...."... y justo era el momento de pedir auxilio. Entre la desesperación, entre la locura pronuncié tu nombre y tu presencia acudió hasta mí. Hermosa aparición que insuflara esperanza a mis atormentados ojos.

Con paciencia escuchaste mi llanto y guardaste silencio, respetando el dolor. Me tomaste de la mano y me llevaste hasta donde pudiera contemplar el mundo que se extendía más allá de la oscura cueva donde mi pesar me había enclaustrado.

Alegremente corriste por las campiñas doradas llamándome desde la lejanía, invitándome a ir tras de ti. Con pasos torpes me aventuré, miré ese nuevo mundo, un mundo dotado de realidad que no existía en el sueño de donde fui arrancado sin haberlo deseado.

Sostuviste mi mano en cada caída que mis torpes pies me propinaban y siempre sonreíste, a pesar de que el lacerante dolor no era ajeno a tus propios sentimientos.

"¿Porque caminar?" pregunté en algún momento y no respondiste, solo me miraste sonriente. Fue entonces que me diste el mayor regalo que jamás nadie me hubiese dado jamás: me diste una razón para existir, una razón que nada tenía que ver con el amor, con la gloria o con el destino, una razón que dictaba solamente vivir porque se desea vivir.

Y así, graciosa criatura, devolviste una sonrisa a mi rostro, con etereas caricias subsanaste mi corazón y me diste aliento para seguir, de frente y adelante ¿Hacia donde?... no lo sé, eso no es importante, solo quiero seguir caminando hacia donde me lleven los pies.

Gracias preciosa criatura, gracias hermosa dama, gracias gentil hada que a momentos aun brilla para mí con su delicado andar.

11 de Junio

Hoy hace tres años entre mis manos se estremecía un cuerpo que temblaba a cada rose de mis dedos. Con brillantes ojos me mirabas sin decir nada. "este soy yo" dije para romper el silencio sin atreverme a tocar la delicada belleza que rodeaba tu ser, cual si se tratara de una fina figura de cristal, un espejismo que se desvanecería, un sueño del cual despertaría si me atrevía a cruzar el portal que separa a la fantasía de la realidad.



Sumergido entre discusiones internas, sin saber que hacer, me tomaron por sorpresa tus brazos que me rodearon de improviso. Tu cabeza sobre mi pecho, tu aroma junto a mí. En ese momento todo fue claro, te abracé con la delicadeza que dedicaría a un recién nacido, sumergí mi rostro entre tu cabello y cerré los ojos pronunciando frases de amor.


Ese fue el comienzo, sobre las escalinatas que conducen a las entrañas de la tierra quedó marcado un destino, un sueño del cual algún día tendría que despertar.


Ese día conocí tus labios y tu piel, tus ojos y tu aroma. Ese día me enamoré de ti.


El sol brillo sobre nuestras cabezas y nos encontró tomados de la mano. Avanzó lentamente por los cielos sin mirar que nos separásemos una sola vez. Paseando por entre fuentes repletas de vida, caminando sin ningún rumbo cierto, charlando, riendo, enamorándonos, intercambiando besos que se metían en mis entrañas y se adueñaban de mi corazón.


El día termino, pero el sueño continuó.


Trágica ironía que fuera durante el día cuando me sumergí en aquel sueño, y fue durante la noche que el destino me despertara de él.


A escasos metros de ti y sin poder verte, esta vez eran mis manos las que temblaban al sostener palabras de amor que iban destinadas a las sombras, que con sigilo se escabullían de mí para refugiarse en un corazón desconocido. Tus caricias buscaron otra piel, tus besos buscaron otros labios, tu cuerpo se estremeció en otro lecho.


No hubo furia ni resentimiento, en mi pecho solo había lugar para el dolor, para el llanto. El sueño que quería vivir por la eternidad se desvaneció y yo, triste soñador que no quería despertar, me encuentro aquí, en vigilia aun, temiendo recordar, temiendo volver a dormir, temiendo volver a soñar.
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