sábado, 10 de abril de 2010

Estrellas Errantes

Las barras de acero se hunden en el calor del horno dejando notar su naturaleza oculta. Bajo ese incandescente anaranjado el metal se convierte en una ardiente agua que el caballero toma con cuidado usando las pinzas.

Un hada contempla desde la viga que sostiene el techo como el caballero martillea el acero extendiéndolo y doblándolo sobre sí mismo, agregando un polvo negro entre cada doblez.

-¿Tienes ya ese polvo amarillo?- grita el caballero.
-Lo dejé allí, a tu derecha- responde el hada señalando con su pequeña mano un pequeño rasco marrón.
-Gracias, esta será la última del día-

El hada retoma la escoba que tenía entre sus manos y continua sacudiendo el polvo de su pequeño laboratorio improvisado sobre aquella madera. Botellas y matraces creados con la delicada tela del ala de una libélula contienen las pociones que el hada va creando a fin de dar sus mágicas propiedades a las espadas que el caballero forja en el taller.



Desde que el sol deslumbra en las mañanas hasta que se ha ocultado ambos trabajan para cumplir con la deuda contraída.

Por la noche el horno se cierra, el laboratorio se ilumina solo por los líquidos brillantes contenidos en los frascos. Hada y caballero pasan un rato conversando mientras miran las estrellas y después cada uno se marcha a descansar.

El hada atraviesa una ventana y se guarece dentro de una pequeña caja de cristal morado que adorna la alcoba de una niña. El caballero camina cada noche hasta el viejo faro en donde se recuesta y espera el canto del mar que a veces llega a sus oídos cabalgando a lomo de las olas que rompen contra las rocas del acantilado.

A veces el caballero no puede escuchar el canto, tal vez porque el viento caprichoso le lleva hacia otra parte, tal vez porque la Reina del Mar ha necesitado descanso también.

¿Como devolverle a la Reina algo de la paz que le brinda cada noche?, ¿Como hacerle saber que el está allí, junto al faro, esperando el momento de volverle a ver?. En estas cuestiones el caballero se quedó dormido.

En su sueño un aquelarre formado por muchos de sus conocidos se daba a su alrededor. Una habitación extraña que resultaba familiar. De pronto aparece una mujer que nunca había visto, o tal vez era conocida pero nunca la había visto de esa manera, y deposita en sus labios un beso que le llenó de dicha el corazón.

El mundo se desmorona a su alrededor pero el caballero siente la dicha de ese dulce beso, pero en el fondo se escucha el canto de la Reina del Mar que le llama. El cabalero no sabe que hacer, desea que ese beso no se termine pero desea ir ante la Reina. Desenvaina su espada y se enfrenta a los demonios que surgen de su corazón y que lo quieren arrastrar hasta donde su alma se vuelve mediocre, inmunda, villana, en donde los hombres ya no son caballeros y las mujeres ya no son damas.

Un ligero rose en el dorso de la mano le asusta y le hace despertar en un grito. En medio de la oscuridad busca su espada sin éxito, pues hace semanas que descansa junto a su armadura en el taller del pueblo.

Mira hacia todas partes y se encuentra con una niña, hecha un ovillo a su lado que le mira asustada. El caballero comprende que estaba dormido y su reacción a asustado a la pequeña.

-Lo siento, ¿Estás bien?-

La niña asiente en silencio y le sonrie al caballero. Facciones redondeadas y largo cabello negro recogido en una coleta, además de una mirada penetrante pero dulce dotaban a aquella niña de un extraño encanto y peculiar belleza.

-Estabas sudando y moviéndote mucho, creo que tenías pesadillas... ¿Quién es la "Reina del Mar"?-.

El caballero se sonrojó, ¿Cuántas cosas habría dicho mientras dormía?. Pensó en retirarse, pero la mirada inquisitiva de aquella niña le obligaba a abrir su corazón, así que sin darse cuenta se vió contándole sobre su historia a partir de que abandonara el bosque tenebroso donde conociera a el hada, contándole parte de su pesadilla, al menos aquella parte que una niña podía escuchar.

Los ojos de la niña se encendían con las historias y a veces ella misma se perdía en los relatos, imaginándose a ella misma como parte de esas historias. Perdida en la forma de una gaviota que contemplaba al caballero y a la reina juntos en medio del mar le tomó por sorpresa el caballero.

-Y ahora que lo pienso... ¿Que hace una niña como tú a estas horas de la noche en este lugar?-
-No podía dormir, así que vine a lanzar un globo- contestó ella.

Entonces el caballero notó que la niña cargaba una bolsa en cuya abertura asomaban unos rollos de papel y algunas varas delgadas.

-Pero creo que es demasiado tarde para ello, si el hada descubre que no estoy en cama se preocupará-
-¿Entonces eres tu quien aloja a el hada en su cuarto?-
-Si, desde que ella llegó al pueblo durante una tormenta le abrí la ventana para que se refugiara, entonces ella descubrió un joyero de cristal morado que me regaló mi padre hace mucho tiempo. Tiene una extraña fascinación por el morado y me pidió permiso para dormir en ella-

El caballero contuvo la carcajada.

- Ha creado una habitación dentro de aquella cajita. Dice que le hace feliz estar allí adentro, que hace que el mundo se vea púrpura y las personas moradas, aunque después tenga que salir de ella y darse cuenta de que no es así-

La niña se levantó secundada por el caballero quien le ayudó a levantar su bolsa.

-Bien, tengo que regresar a casa señor caballero, muchas gracias por sus historias, creo que con ellas podré tener buenos sueños-

-Muchas gracias a tí por despertarme de mis pesadillas, siempre que quieras podrás buscarme en el taller o aquí junto al faro-

-Seguro que vendré... y la próxima vez le enseñaré a hacer un globo de papel que vuele hasta donde está la Reina de Mar-

La niña sonrió y hechó a correr hacia el pueblo.

-¡¿Oye... y cual es tu nombre?!- gritó el caballero antes de que la niña se perdiera entre las casas, pensando que ella tal vez no alcanzaría a escuchar.

-¡Paozelieth!- se escuchó débilmente entre las calles.

El caballero sonrió satisfecho y se recostó nuevamente. El canto había cesado pero el estaría allí, esperando hasta el amanecer.

--

La Reina del Mar se posó sobre el coral preguntándose si tenía sentido todo aquello. tal vez aquel humano se hubiese olvidado de ella apenas tocara tierra, tal vez su canto no llegaba hasta él durante las noches, tal vez solo estaba cantando al vacío, sin nadiie más que las gaviotas ara escucharle.

Mirando al cielo comenzó a cantar pero su voz se interrumpió casi de inmediato ante la sorpresa de lo que sus ojos veían.

Lo que había tomado por un grupo de estrellas se estaba moviendo, y se aproximaba hacia ella. Aquellos luceros no tenían un brillo plateado, sino que refulgían con una luz dorada como el sol. Conforme se fueron acercando se dió cuenta de que se trataba de pequeños globos de papel llenos de aire calentado con el calor de una vela blanca que brillaba hasta la distancia, iluminando el papel amarillo.

Era algo que la reina nunca había visto, pero de alguna manera en su corazón sabía que el caballero se encontraba detrás de ello.

Esa noche entonó las más dulces notas mientras la flota de globos se perdía en el horizonte.

Sobre el acantilado el caballero escuchaba su canto mientras apoyaba la mano sobre el hombro de Paozelieth cuyos ojos no paraban de brillar bajo la luz de las estrellas.

 Imagen Propiedad de Obregón

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Imagen de fondo propiedad de gnuckx cc0