lunes, 22 de febrero de 2010

[Blanco] FUEGO Y NIEVE

Un fuerte viento se levanta desde la base de la montaña agitando las plumas de mis alas blancas.

A mi lado Ensiael se encuentra pensativo mirando al enemigo. Goliel no cesa de sacar brillo a su lanza en un intento desesperado por calmar su nerviosismo. Hinel mantiene una charla vanal con Yael y Cloel a poca distancia de mi, aunque apenas puedo entender lo que dicen.  Samuel y Sintael se encuentran detrás, en silencio. Desconozco donde se encuentren los demás miembros de mi equipo, perdidos entre los miles de ángeles que comparten con nosotros la cima de la montaña.

Hace días que nos encontramos aquí apostados  esperando la orden de ataque, casi el mismo tiempo que llevan los demonios en el fondo del valle preparándose para nuestro ataque.

-Son muchos- dice de pronto mi capitán que no desplaza un solo momento la mirada del enemigo.



Ensiael es bastante joven para ser un capitán de escuadrón, pero  fue ascendido prematuramente por su delicada voz y su compromiso con las causas de nuestro señor. No dudo de sus méritos para merecer tal honor, si alguien lo merece en realidad es él.

Pero se que también hay otra razón para otorgarle ese puesto. Desde que los demonios aparecieron y nuestro señor nos dio la orden de exterminarlos ellos han viajado de mundo en mundo alejándose cada vez mas del poder de nuestro señor.

Ellos han estado tratando siempre de alejarse y, tras tanto tiempo de guerra hemos llegado tan lejos que ya no nos es posible recibir refuerzos para combatirlos. Cuando Galael, mi anterior capitán, murió ya no había capitanes disponibles para reemplazarlo. Es por ello que en las últimas semanas ha habido muchos ascensos.

-No te preocupes, no dejare que mueras- le digo presionando un poco su hombro y mirando a mis compañeros que han alcanzado a escuchar mis palabras. Ellos le dan algo de confianza con frases similares. Ya todos, los ocho, se encuentran aquí conmigo a lado de nuestro capitán.

Ensiael tiene razones para estar nervioso, la estrategia de los demonios es simple: matar primero al capitán y después al resto. La primera vez que emplearon esa táctica acabaron con casi la mitad de nuestros capitanes. Por ello ahora sabemos que hay que protegerlo, pues sin el capitán el escuadrón completo está perdido.

El las últimas batallas ha sido de gran ayuda el que los capitanes ya no lleven ninguna clase de distintivo. Aun así los demonios los identifican fácilmente por ser los únicos que no combaten directamente. Lo peor de todo es que el padre de Ensiael, quien no esta aquí pues es un miembro de la corte en nuestro mundo, le hizo prometer que si era ascendido en el ejercito llevaría la guirnalda de su familia durante la primera batalla.

Llevar la corona dorada le convierte en un blanco identificable en extremo, como si el cantar durante la batalla no fuera suficiente para atraer hacia él una legión de demonios sedientos de sangre. Quisiera decirle que dejara la guirnalda, pero al tratarse de una promesa, por absurda que esta sea, no hay nada que yo pueda hacer salvo protegerlo y evitar que lleve su corona para la próxima ocasión.

Por suerte para él nuestro escuadrón no es uno de los mas fuertes, casi siempre combatimos en los extremos del campo evitando que los demonios brinden apoyo al centro de la batalla. Espero que en esta batalla se nos asigne una tarea similar.

Por un momento la niebla de la montaña se disipa y puedo ver aquello que mi capitán observa con tanto temor.

En el fondo del valle una inmensa masa roja y negra se revuelve entre las colinas. Desde esta distancia no es posible apreciar todos los detalles, pero la cantidad de demonios que se agrupan en el valle es impresionante. Aquella mancha se extiende por entre los suaves relieves del paisaje y se mueve constantemente cual si fuera una sola y gigantesca criatura durmiente.

Si no estuviera enterada de lo que es, pensaría primero que se trata de un extraño bosque quemado que naciera de la espalda de una enorme bestia de rojo pelaje. Aunque en realidad creo que se asemeja mas a un gran mar rojo, un mar de fuego cuya negra bruma se agita con cada incesante ola.

Esa mancha roja sobre la planicie que rodea las colinas del valle esta formada por miles de demonios a la espera del combate. No se cuales son sus razones, ni siquiera entiendo por completo cuales son las nuestras, solo se que nuestro señor los quiere muertos a todos y que ellos nos quieren muertos a nosotros.

Son asesinos, personajes heréticos que desobedecen la ley de mi señor. Mi misión, como la de todos los ángeles en esta montaña, es exterminar a todos los que pueda antes de que ellos me maten a mí. Eso es lo que me repito constantemente en un intento por apagar las absurdas dudas que en mí llegan a aparecer.

Y sin embargo, mientras los contemplo la lejanía no puedo dejar de preguntarme, ¿Alguno de ellos estará mirando hacia aquí en estos momentos? Si es así... ¿Que vera además de los miles de ángeles dispuestos a matarle? ¿Que imaginará al contemplar la cumbre de la montaña emblanquecida por miles de alas a la espera para acabar con él y con todos los de su especie?

Tal vez desde lo lejos parecemos nieve sobre la cumbre de la montana. Tal vez ese demonio vea nieve en vez de ángeles así como yo veo un mar de fuego en lugar de miles de demonios.

De pronto hay mucho silencio a mi alrededor. Mientras me encontraba sumida en mis pensamientos Gabriel ha salido de la cueva y ha comenzado a cantar.

La voz de Gabriel es hermosa y llega a todos y cada uno de nosotros. En su canto suave como el viento, enérgico como la tormenta, en su melodía vienen embebidos ánimos para la batalla, imágenes de la gloria que alcanzaremos por los servicios a nuestro señor y toda la estrategia de la batalla que está por comenzar.

Atacaremos en una columna que impactara el centro del mar de fuego, es lo que dice su canción. Debido a que nuestro capitán es nuevo nuestro escuadrón volara primero al centro y después se desplegara hacia un extremo, eso es lo que ordena Gabriel en su canción.

Nuestra misión, nos recuerda, es exterminar cualquier demonio a nuestro paso y avanzar hacia el centro de la batalla para apoyar a Gabriel. En caso de que no podamos terminar a los demonios, debemos detenerlos para evitar que se unan a Lucifer en el centro.

Ensiael palidece. Se nos ha asignado el extremo inferior de la columna. Es en ese mismo lugar en donde murió nuestro capitán anterior y es muy posible que nos encontremos con los mismos demonios que lo asesinaron.

No es necesario hablar, estoy segura de que todos recuerdan ese momento y harán lo imposible por proteger a Ensiael, aunque la mayor parte del trabajo dependerá del propio Ensiael. De que sus tácticas sean las correctas y su canto se mantenga firme el durante toda la batalla. Todos nosotros dependemos de ello tal como él depende de nosotros para sobrevivir.

Gabriel toca su trompeta y las miles de alas comienzan a batir y ascender en una enorme nube. Comenzamos a formar un torbellino que se eleva por los cielos. Ensiel y mis compañeros tomamos nuestro lugar en las filas de ataque. todos seguimos a Gabriel que va a la cabeza, valerosa como siempre a enfrentarse a Lucifer, el mas poderoso de los demonios.

Al llegar acierta altura la columna hace un giro para dirigirse hacia el mar de fuego. Las filas de demonios que hasta hace unos momentos se mantenían desordenadas comienzan a formarse en círculos, preparándose para nuestro ataque. El mar de fuego se revuelve más y mas conforme nos acercamos, levantando oleadas de demonios y se extendiéndose en un abrazo a nuestro alrededor.

Aun no puedo distinguir bien las formas de los demonios, pero puedo escuchar sus tambores resonando con su lúgubre repiqueteo. Estamos ya al alcance de la vista de sus estrategas y los tambores son para ellos lo que para nosotros el canto de nuestros oficiales.

Me he dado cuenta de algo que no me hace la menor gracia. El lugar de la batalla esta muy cerca del arroyo de los susurros, un lugar de gran belleza enclavado en un extremo del valle. Es un sitio al que acudo cuando necesito un poco de paz, un simple lugar junto a un árbol muerto que nunca ha sido tocado por la guerra.

Este mundo a quedado marchito, devastado por las constantes batallas. Nuestras lanzas y las espadas de los demonios, en conjunto con las artes divinas y la magia, dejan devastado cualquier lugar en el que combatimos. Cuando todo termina todas las formas de vida que por desgracia se encontrasen demasiado cerca de la pelea dejan de existir. La tierra se vuelve incapaz de sostener la vida y solo queda la desolación de la muerte.

Ese lugar es de los pocos que aun quedan intactos en este mundo, un santuario virgen donde la única canción que se escucha es la del viento que sopla desde la montaña y el pequeño arroyo que nace de las rocas antes de adentrarse en las profundidades del valle muerto.

Solo espero que la batalla no se extienda hasta ese lugar. Sólo se necesita un par de combatientes para destruirlo por completo. Una simple gota de sangre bastaría para dejar manchado por siempre ese hermoso lugar con las huellas de la guerra, para borrar las hermosas imágenes que me invaden cuando estoy sentada junto al arrollo, escuchando el pacífico cantar del agua en lugar de la bélica melodía de Ensiael.

Desde el frente de la columna se escucha ya el canto de los estrategas que están analizando al enemigo. Ensiael escucha atentamente a la espera de las ordenes para nuestro escuadrón.

Puedo ver ya el brillo de las armas demoniacas, esas toscas espadas que, aunque no son rivales para nuestras lanzas, resultan peligrosas en las hábiles y fuertes manos de los demonios, que además las potencian con las artes oscuras de la magia.

Ensiael empieza a cantar. Debemos descender y prepararnos para combatir a los nueve demonios que corren por debajo de la columna en dirección a nosotros.

Puedo verlos ahora, pero no son nueve, sino diez,  el último parece estar lastimado en su pierna derecha y no puede seguir el paso de sus otros nueve compañeros.

-Quédate cerca- me dice la canción de Ensiael al tiempo que ordena las posiciones de los demás.

En el centro de la batalla se escucha el estruendo de las armas. Gabriel se enfrenta ya a Lucifer.

Los nueve demonios han llegado hasta debajo de nosotros y han emprendido el vuelo en una embestida mortal. Yael, Cloel y Cintael despliegan sus escudos sagrados y detienen la embestida de los nueve demonios. Casi de inmediato los demonios se distribuyen y comienzan a combatirnos uno a uno. Mis compañeros bloquean y mantienen a raya a su vanguardia. Este es el momento mas peligroso pues quien logre vencer primero a su oponente, sea ángel o demonio, estará en posibilidad de ayudar a sus compañeros o de matar al capitán.

Ensiael no para de cantar guiándonos a todos, realmente hace un buen trabajo pero parece que se ha olvidado de que queda un demonio que aun no esta luchando. O tal vez esta subestimándolo por estar herido, lo cual resulta aun mas peligroso.

Quisiera advertirle, pero uno de los demonios se encuentra ya frente a mi con su espada desenvainada.

Desvío una y otra vez sus ataques, tratando de comprender su forma de pelear, buscando una debilidad que me permita acabar con él lo antes posible.

Parece que no está interesado del todo en matarme, sino en hacerme retroceder hasta donde se encuentra Ensiael. Su plan es acercarse lo suficiente a él y matarlo en un descuido, o al menos interrumpir su canto para romper nuestra coordinación. En cualquiera de los dos casos, si lo consigue mas de uno de mis compañeros morirá.

Puedo mantenerlo apartado durante un tiempo más. Ensiael esta haciendo en verdad un gran trabajo. Su canto me indica todos y cada uno de los movimientos de mi oponente que yo no alcanzo a ver. Gracias a su ayuda he podido evitar la muerte en varias ocasiones y he podido contener a este demonio que no cesa de empujarme con sus ataques. Debo seguir así hasta que él se equivoque, abra un hueco en su defensa que me permita eliminarlo.

Su espada no cesa de caer sobre mí, pero he visto ya su técnica, ahora comienzo a descargar mi lanza contra su cabeza y su abdomen. Atacare primero arriba y abajo, para cansarlo, esperando que con la fatiga cometa un error fatal.

-¡Ahora! ataca con furia y hazlo retroceder- me dice la voz de Ensiael en una suave melodía.

Espero que tenga razón, si ataco con todas mis fuerzas y el combate dura demasiado no podre sostener el ritmo de la batalla, cometeré errores y moriré.

Pero debo de confiar en él aunque sea su primer día como capitán.

El demonio deja de atacar, los movimientos de mi lanza no le permiten hacer otra cosa que defenderse. Lanzo un grito de furia y descargo una y otra vez mis ataques contra él buscando su cuello y su pecho. Puedo ver el miedo en su mirada sabe que si no hace algo para detenerme morirá en pocos segundos.

¡Por fin! El demonio intenta hacer un movimiento de distracción para cambiar su arma de mano y tomarme desprevenida. Pero Ensiael me había advertido de sus intenciones y mientras su arma estaba en el aire he logrado hundir mi lanza en su hombro, puedo sentir sus huesos rompiéndose y veo como su brazo pierde tensión conforme mi lanza le atraviesa de lado a lado.

Sin control sobre su mano ha dejado caer la espada. Ya no tiene defensa posible. Su mirada ahora es la de quien sabe que pronto morirá. Su herida aun no empieza a sangrar y estoy segura de que aun no siente el dolor. Tiene suerte pues no lo sentirá. El siguiente golpe de mi lanza le atravesará el corazón.

¡Maldición! ¡El demonio herido que se había rezagado por la pierna herida ha alzado el vuelo y va directo hacia Ensiael!. ¡El lo ha visto  pero no hay escape posible!. ¡El demonio lo matara!

¡Tengo que hacer algo!

En un movimiento instintivo me lanzo en picada contra el demonio que estaba a punto de matar. Tomo el extremo de mi ala derecha con las manos y formo un escudo sagrado que me proteja del impacto.

Puedo sentir el golpe de mi escudo contra él y escucho algunos huesos rompiéndose. Espero que eso lo deje fuera de combate pues sigo cayendo hacia el décimo demonio que intenta matar a mi capitán.

Por suerte no he fallado y puedo sentir el golpe de mi escudo contra el cuerpo del demonio. Pero esta vez no hay huesos rotos, parece que este demonio es mucho mas fuerte que el anterior.

Tengo que terminar lo antes posible con él y volver a lado de Ensiael. Aun no se si el otro demonio esta muerto y no puedo escuchar su canto. Me temo lo peor. Pero no puedo perder la concentración en este momento, pues el décimo demonio esta intentando matarme.

En definitiva este es mas hábil y fuerte. Estoy intentando confundirlo atacando con toda mi fuerza y velocidad como lo hice con el anterior. Pero él consigue detener todos mis ataques y aun se las arregla para atacarme y obligarme a defender.

Tengo que acabar cuanto antes con él. Intento un movimiento arriesgado haciendo girar la lanza sobre si misma  para alcanzar su costado. Pero el levanta la pierna que traía herida, algo que no pensé que hicieran, y me ha golpeado en el pecho encajando sus afiladas garras en mi carne.

Debido al dolor he bajado la defensa por un instante. El debió de haberlo notado y ensartar su espada en mi cabeza. Pero en vez de matarme él empuja con su pierna apartándome con fuerza de su lado y rasgando un poco mas mi pecho con sus garras.

Por un instante olvide que me había lanzado en picada contra el y que seguíamos cayendo mientras intentaba matarlo. Ambos nos aproximábamos rápidamente al suelo. Ahora que esta fuera del alcance de mi lanza el demonio ha desplegado sus alas para evitar chocar contra el suelo.

Me quedan pocos instantes antes de estrellarme contra el suelo. Logro abrir mis alas y frenar mi caída, pero del dolor que me causa el esfuerzo al detener la caída es demasiado intenso como para seguir en el aire, así que termino posándome sobre una roca a poca distancia del demonio.

Mis ropas están desgarradas al frente por su patada y una herida profunda, pero no letal, comienza a arder. Puedo sentir la sangre que se extiende por mi pecho.

El demonio se ha posado sobre el tronco de un árbol caído. Un ave pasa sobre su cabeza y un dulce aroma a flores capta mi atención.

Miro a mi alrededor y maldigo a la suerte que nos ha traído hasta aquí. Ambos nos encontramos en el santuario, junto al arrollo y el árbol muerto. Para mi desgracia no importa quien gane o quien pierda, las huellas del combate destruirán por completo este lugar o, por lo menos, lo dejaran marcado para siempre con las huellas de la guerra.

El demonio me observa con sus amarillentos ojos. Yo esperaba que su mirada fuera feliz por haberme herido o furiosa, por haber perdido su objetivo principal. Pero en su rostro solo se dibuja dolor y pena.

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