lunes, 22 de febrero de 2010

[Negro] SANTUARIO

El ángel te mira atentamente desde aquella roca. La herida de su pecho parece ser profunda, pero definitivamente no es letal, aunque seguramente le será una gran molestia durante el combate.

Tu contrincante parece estar agotada por la lucha de hace unos instantes y, al reaccionar después de tí durante la caída, habrá tenido que forzar más sus alas y puede que esté lastimada de allí también. Sin embargo se ve fuerte y la lucha se podría alargar durante bastante tiempo.

Pero tu mayor problema ahora es el propio lugar de la contienda que ha resultado ser el único sitio en todo el mundo donde no deseabas pelear.

El santuario siempre ha sido un lugar pacífico con cierta belleza que te atrae cada noche sin luna. Incontables son las tardes y noches que has pasado recostado entre la hierba contemplando las estrellas, olvidando por un momento la guerra, la muerte, el dolor.

Cada vez que pierdes un amigo en la batalla, cada vez que la soledad te inquieta, cada vez que la desesperanza se adueña de tu corazón, acudes a este lugar en busca de paz. Una paz efímera, vanal pero que sin embargo acalla el llanto y reconforta tu corazón.

El aroma de las flores y la fría brisa del viento alivian todo el dolor de tu alma dejándola lista para vivir un día mas.

Si no haces algo, si no encuentras la manera de hacer algo, durante el combate el santuario podría perder su belleza o incluso sería destruido por completo.

Aun si logras evitar el uso de magia negra o no le das oportunidad a ella de descargar el poder de su lanza sobre tí, al finalizar la batalla, las lanzas purificadoras de los ángeles borraran todas las huellas de la lid, Eso destruirá todo en los alrededores si tu cadáver o el de ella quedan en las cercanías.

Tienes que alejar a tu oponente de aquí sin hacer daño a nada de lo que se encuentra a tu alrededor. Es lo menos que puedes hacer por este lugar que tanta tranquilidad te ha brindado.

El ángel se mantiene en guardia. Su actitud no es la de una feroz combatiente, sino de quien una gran preocupación le nubla el juicio. Debe estar ansiosa por volver con su escuadrón, casi tanto como tu lo estas por volver con el tuyo.

No lograste alcanzar al capitán de los ángeles, y es probable que ahora tus compañeros tengan problemas para combatir contra los ángeles a los que se enfrentan.

Si logras contener sus ataques tal vez puedas empujarla hacia atrás sin hacerle daño a ella o al santuario. Es la única manera posible, pues si eres tú quien retrocede perderás el control del ritmo de combate y morirás antes de salir del santuario.

Levantas tu espada y apuntas con ella al ángel. El resplandor del azulado metal se mantiene intacto. La hoja esta completamente limpia pues aun no ha visto sangre en esta batalla.

El ángel comprende el gesto y levanta su lanza preparándose para luchar. El destello de un hilo de sangre fresca sobre la dorada punta de su arma capta tu atención. Tú no estas herido por lo que la sangre no puede ser tuya. Esa sangre seguramente pertenece a uno de tus hermanos que estaban combatiendo antes de que tu intentaras embestir al capitán de los ángeles. Una razón mas para terminar con esto rápidamente y volver al campo de batalla.

En un salto levantas el vuelo con un grito furioso, lanzándote contra tu rival que ya esta preparada para atacar.

El ángel también ha saltado sobre ti y su grito casi opaca el tuyo.

Ambas armas chocan en el aire produciendo un estruendo formidable. Sientes el hormigueo del impacto recorrer tus brazos, apenas puedes detener el temblor de tus dedos para no perder la espada. Blandes firmemente tu arma y atacas en donde sabes que ella se defenderá.

El ángel esquiva y detiene tus ataques tal como esperabas, pero su velocidad es bastante alta e intenta atacarte en repetidas ocasiones, obligándote a defender tus puntos mas sensibles.

Ya no sabes cuantos golpes has detenido ni cuantos has intentado acertar. Pero sabes que el numero es muy similar. No te resulta nada agradable esta equivalencia de fuerza y habilidad.

Tu oponente es muy diestra, a pesar de la herida en su pecho mantiene el ritmo sin distraerse un instante. Esto está resultando más difícil de lo que esperabas.

El fulgor de las armas hace brotar pequeñas chispas con cada impacto. La hierba, muy por debajo de ustedes, se estremece con cada impacto.

Aprovechas un intervalo para mirar a tu alrededor solo para darte cuenta de que prácticamente sigues en el mismo lugar que antes: al centro del santuario.

Mientras intentas acertar se te ocurre una idea para arrebatarle la lanza. Si consigues desarmarla retrocederá. Puedes dejar que escape hasta que se aleje del santuario y luego reanudar la lucha. Pero para hacerlo necesitas que sus manos se aproximen a uno de tus costados.

Intentas atraer sus ataques abriendo voluntariamente huecos en tu defensa esperando que  ella los aproveche y trate de hundir su lanza en tu cuerpo. Si lo hiciese podrías esquivarla y arrebatarle su lanza con un simple giro de tu torso y un brazo.

Pero ella no cae en la trampa. Sigue deteniendo tus ataques y atacándote en los puntos en que se encontrara con la espada protegiéndote. Parece que quisiera prolongar la lucha voluntariamente.

O bien es una guerrera experimentada que no cae en tus trampas o es una novata incapaz de aprovechar una clara oportunidad.

Desesperado por lo largo que esta resultando esta lucha aumentas el ritmo de tus ataques sin que esto haga retroceder a tu enemiga. Ella resiste y ataca con mas fuerza también.

En un intento desesperado, sin reflexionar sobre las consecuencias de tus actos lanzas una patada esperando acertar de nuevo, esta vez a la altura de su cintura.
Sin embargo en tu pie no sientes la carne de su abdomen desgarrándose con el filo de tus garras como lo esperabas. En vez de ello, bajo tu planta puedes sentir el frío metálico de la lanza que ha detenido tu ataque.

Para tu desgracia, la fuerza de la que habías dotado a tu ataque ha provocado que todo tu peso quede apoyado sobre la dorada asta y ella debió notarlo, pues ahora emplea todas sus fuerzas en elevar su lanza, haciendo girar tu cuerpo verticalmente, sacándote de balance.

A partir de ahora todo pasa tan rápido, mas sin embargo puedes sentir cada momento cual si fuese una eternidad.

Ya no puedes verla. Rápidamente pasan ante tus ojos las nubes que adornan el cielo. Sigues girando y sabes que ahora estas de espaldas a tu oponente, con tus pies hacia arriba y tu cabeza hacia el suelo.

Alzas la mirada y puedes ver el santuario, hermoso y apacible. No quieres cerrar los ojos pues esta será la última imagen que se dibuje ante tí. En estos instantes la lanza del ángel debe estar por atravesar tu espalda. En esta posición no puedes hacer nada para evitarlo. Has perdido la pelea.

Al menos puedes ver por última vez las flores y el arroyo que impregnan de belleza al santuario. Al menos no vivirás para verlo destruido. De cierta manera este es el mejor lugar para morir.

Pero la muerte tarda demasiado en llegar. Sigues girando y puedes ver ya la punta de los pies del ángel que asoman sobre tu cabeza.

Ella, por alguna razón que no alcanzas a comprender, no te ha matado. Tu cuerpo continúa su giro y levantas la espada para protegerte mientras recuperas tu postura inicial.

El ángel debe haberse distraido durante el giro y no aprovecho su oportunidad. Además ha bajado demasiado sus manos, dejando al descubierto los hombros y la cabeza.

Aprovechándote de la oportunidad  acometes buscando su hombro derecho. Su cuello está descubierto, pero esperas que con la herida en el hombro sea más sencillo hacerla retroceder. Estas a pocos instantes de atravesarle el hombro con la punta de tu espada.

De improviso ella suelta una de sus manos de la lanza y toma tu muñeca apretando con fuerza al tiempo que desvía la trayectoria de tu hoja la cual termina rozando el cuello del ángel. Ella suelta desliza la mano con la que te estaba sosteniendo y toma la espada por la guarda, tirando de ella con fuerza.

Al mismo tiempo, con la lanza en la otra mano, ataca sobre tu brazo extendido poniéndote en un verdadero aprieto. Si aferras la espada ella te perforará el antebrazo con su lanza. Si sueltas la espada quedarás desarmado y ella te matará sin miramientos. Has caído en su trampa.

Siguiendo tus instintos haces algo inesperado. Sosteniendo aun mas firme tu espada haces girar todo tu cuerpo.  Apoyándote en tu arma que el ángel sostiene con fuerza te impulsas hasta quedar de cabeza sobre el ángel.  Te has apartado así de su lanza y resuelto el primero de tus problemas. Pero ella aun sujeta firmemente tu espada. Entonces decides completar el giro. Ella no puede sostener la guarda en esa posición y termina liberando la espada. Pero el resultado final es aun peor de lo que esperabas.

Ambos se quedan inmóviles...

Puedes sentir el sudor que empapa las ropas del ángel en tu espalda desnuda. Puedes sentir su agitada respiración así como ella puede sentir la tuya. Tus alas tiemblan al estar totalmente extendidas y puedes sentir como las puntas rozan con las alas del ángel.

Ambos han quedado paralizados y las alas abiertas, pero inmóviles, les sostienen en el aire, dejándoles caer suavemente hasta que puedes sentir la hierba del santuario bajo tus pies.

El santuario. Ese lugar hermoso y pacífico que querías proteger guarda silencio también. Solo el aroma de las flores hace algún arreglo en el aire donde el viento ha dejado de soplar.

 Ha resultado imposible sacar al ángel de aquí. No hay mas remedio. A pesar del dolor que esto te causa, el santuario deberá sucumbir ante los horrores de la guerra.

Tu espiración vuelve poco a poco a la normalidad conforme tu cuerpo se recupera lentamente de la fatiga y puedes sentir como el ángel también se relaja. El momento se acerca.

"Posición del redentor" le llamaba tu mentor a esta postura. La posición mas inusual y peligrosa que conoces.

"Esta posición...", recuerdas que decia Ramanael, el Maestro de Armas, "...se da cuando se encuentran de espalda a espalda con su oponente. Es una posición definitiva, pues no importa como se intente romper, siempre morirá uno de los combatientes... El que haga el primer movimiento será quien muera."

Para dejar su lección clara el maestro de armas llamo a un alumno, tú, a colocarse en esa posición con el. Usando lanzas sin punta los dos se colocaron de espaldas y esperaste a que el maestro te dijera que hacer. Tras unos momentos de espera en silencio decidiste dar la vuelta y atacarlo por un costado. Pero de inmediato el se movió y te golpeo en el costado contrario, justo debajo del brazo, con su lanza.

"Muerto" dijo él y se colocó en posición de nuevo.

Lo intentaste de nuevo con el mismo resultado. Y otra y otra vez. ideando diferentes ataques y técnicas. Comprendiste que no importaba como lo hicieras, al estar de espaldas el sabía de antemano cuando intentabas atacarlo y reaccionaba en consecuencia como una hoja que se moviese con el embate del viento.

"Contra que clase de seres necesitaremos emplear esta posición" preguntó alguien mientras tu yacías en el suelo doliéndote de los golpes recibidos.

"Contra aquellos que tengan dos pies, dos manos y un par de alas".

Todos en el grupo se rieron de la respuesta. Hasta entonces no sabias nada sobre la existencia de los demonios ni mucho menos que tú te convertirías en uno de ellos. Jamas creíste que tuvieses que pelear algún día contra alguien de tu propia especie.

Pero ahora te encuentras espalda con espalda, ala con ala con un ángel que desea matarte.

A lo lejos se escucha la trompeta de Gabriel y los tambores empiezan a repicar anunciando el fin del encuentro. Puedes escuchar las descargas de las lanzas purificadoras que desde la montaña destruyen a los muertos y moribundos del campo de batalla junto con todo lo que se encuentre a su alrededor.

Todo terminó. Debes de matar o morir y, tras una de las dos cosas, el santuario quedará destruido.

-Este lugar- dices para ti mismo sin darte cuenta de que lo has hecho en voz alta.

Cuando por fin lo notas esperas que ella no te haya escuchado, pero pudiste sentir como su respiración se interrumpía como respuesta a tus palabras.

-¿Que tiene este lugar?- responde ella con una voz dulce, melodiosa como la de todos los ángeles, pero impregnada de cierto matiz de belleza que no alcanzas a comprender del todo.

-Es hermoso- dices tras pensar unos momentos en lo que haces. Sin embargo no te importa que ella lo escuche, el santuario morirá.

No puedes verla, pero sientes un suspiro que brota de su interior... ¿Acaso a ella también le pesa la pérdida del santuario?

-No quiero que sea destruido- continuas tras unos momentos.

Los tambores se alejan al igual que los cantos de los ángeles. La tierra tiembla con cada cuerpo que es incinerado, acallando el canto del río.

Una ligera brisa se levanta de pronto llevando consigo el perfume de las flores. Tal vez sea esta la última despedida del santuario, o tal vez una suplica del mismo que grita su deseo de seguir viviendo.

-Yo tampoco- responde ella en un susurro apenas audible, no puedes creer la sinceridad que hay en su voz. -Pero no hay nada que hacer. Uno de nosotros tiene que morir para que el otro vuelva a casa-.

Recuerdas nuevamente las palabras de Ramanael: "Es una posición definitiva". Uno de los dos tiene que morir.

Sin embargo durante aquella prueba tu saliste vivo, porque entonces eras un ángel y el maestro de armas no deseaba matarte.

-¿Y si ambos volvemos a casa?- sugieres pensando en que tal ves, solo tal vez, las cosas no tengan que terminar así.

-Eso no sucederá...- dice ella apesadumbrada -...tú me matarás tan pronto como dé un paso, o yo te mataré si tú lo haces-

Ambos guardan silencio. Sabes que ella tiene razón. Pero... ¿Y si ambos en verdad están mas interesados en la supervivencia del santuario que en la exterminación del enemigo?

-Tienes mi promesa de que yo no te mataré... los demonios siempre cumplimos nuestras promesas-.

Ella no responde, pero puedes sentir como el temblor de sus alas se acelera.

-¿Y que hay de ti?- preguntas - ¿Los ángeles tienen palabra?

-Si... la tenemos... pero nunca se la entregaría a un demonio-.

-Entonces no me lo prometas a mí, promételo al viento, a las flores y al arroyo-

Ella deja de respirar. Todos sus músculos se tensan y sus alas se mantienen firmes. O tus palabras le han conmovido o esta lista para atacar.

-Escucha...- continúas tratando de hablar con calma -comenzaré a caminar y daré diez pasos antes de volar y alejarme de aquí. Si deseas que la belleza sobreviva haz lo mismo, de lo contrario mátame.-

Ella no responde, sigue paralizada. Ya no queda mas por hacer. Si has de morir al menos has hecho lo que podías por proteger al santuario.

Das un paso hacia el frente. La ropa del ángel que se había pegado a tu espalda cuando el sudor se evaporo es arrancada indoloramente de tu piel. Dejas caer las alas que se encontraban abiertas sintiendo como se relajan.

Das un segundo paso y no escuchas ni sientes ningún movimiento por parte de ella. Los pasos se acumulan uno tras otro hasta contar diez. Tras un salto despliegas tus alas y su impulso te eleva de inmediato por los aires.

 Sigues sin escuchar nada tras de ti. Al frente el mar de fuego desaparece entre las cuevas al final del valle.

Sigues volando y antes de descender sobre la entrada de la cueva te das media vuelta para mirar hacia atrás.

El santuario se ve hermoso desde la lejanía tanto como desde su interior.  La luz del atardecer pinta de rojo y dorado las aguas del río. Dsde esta distancia las flores parecen un tapiz de brillantes colores que se extiende sobre la tierra que les sostiene.

Te quedas unos momentos contemplándolo antes de descender hacia la cueva y sumergirte en la oscuridad.

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