sábado, 20 de febrero de 2010

Rosa

Camino por las calles de la gran ciudad sin ningún rumbo en particular.

Las personas pasan velozmente junto a mí sin detenerse, sin saludar, sin dedicarme algo más que una mirada hostil o un insulto para alguien que no camina con la velocidad de los habitantes habituales de la urbe.

Por un momento me detengo sobre un puente y observo los autos pasar bajo mis pies. Todos tienen un lugar a donde ir, algo que hacer, algo que decir. Yo también suelo ser así, pero justo ahora no hay nada que me interese hacer, nada que me interese decir, nada que me interese ver.



Lo único que deseo en estos momentos es la paz de su compañía y la dulzura de su mirada.

Sin embargo me encuentro aquí, parado en las alturas observando a la gente pasar.

Una anciana se acerca a mí para mostrarme un hermoso ramo de rosas que carga entre sus brazos.

Ella trata de mostrarme su belleza y me dedica algunas palabras que me animen a comprar una rosa.

Una de aquellas flores llama mi atención. Sus delicados pétalos se abren apenas y se separan del suave capullo que comienza a abrirse al mundo. Los contornos redondos de las rojas alas sonríen ante la belleza de su ser y diminutas gotas de agua acarician los contornos de la hermosa flor.

Bajo aquella belleza verdes hojas se marchitan a cada instante y las espinas brutalmente arrancadas sangran en silencio y su tallo termina en un doloroso tajo por cuya herida escapa poco a poco la vida de la pequeña flor.

Asombrado por la belleza de aquella rosa sonrío y me acerco un poco más a ella para disfrutar del suave aroma que destila desde cada parte de sí. Dejo que su fragancia me inunde por completo, que por un instante entre en mí y reconforte mi espíritu.

Tal vez a ella le gustaría tener esta flor. Tal vez a ella le gustaría contemplar su belleza y sonreír con su enervante perfume. Tal vez podría comprar esta flor y llevarla con cuidado ante su presencia, esperando ver sus ojos una vez más.

Pero la verdad es que la he perdido para siempre. Ella ya no puede aceptar mis flores ni mis palabras de amor. Sus besos pertenecen ahora a otra persona y yo no he podido hacer nada para evitarlo.

Con el llanto en mi pecho compro aquella delicada flor y la sostengo por un instante en mis manos.

Puedo ver su sonrisa a través de los pétalos. Puedo ver el brillo del sol reflejado en las gotas de rocío. Puedo ver a la flor gritar mientras cae hasta la avenida y un auto termina para siempre con su belleza.

La anciana está en silencio pues no comprede lo que ha sucedido.

Hago un esfuerzo por sonreirle y sigo caminando sin tener algún lugar a donde ir.

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