miércoles, 3 de marzo de 2010

Hacia el mar

Aquella pequeña hada se introdujo en el corazón del caballero y con ternura acarició las heridas que doblegaban su voluntad y quebraban su espíritu.

Cuando aquella graciosa criatura volvió a salir se encontró con que el caballero, sorprendido ante tan hermosa aparición, le miraba fijamente.

En sus ojos ya no había lágrimas y una especie de sonrisa empezaba a dibujarse en su rostro, con lo cual la pequeña hada se sintió complacida de haber brindado un poco de alivio al triste caballero, aunque sabía bien que a ella no le correspondía sanar por completo sus heridas.



Ambos seres conversaron un poco sobre su pasado, sobre los sueños, sobre las hojas del bosque marchito que aun en primavera no dejaban de caer al suelo tapizándolo de ocres colores.

Una sombra de duda cruzó por el rostro del caballero mientras contemplaba el rostro del hada cuya mirada se perdía en el atardecer.

-¿Puedo preguntarte algo?- dijo el caballero.

La pequeña criatura le miro con curiosidad y asintió.

-¿Qué hace un hada tan linda como tú en un bosque tan sombrío como este?-

El hada bajó la mirada e hizo una mueca mientras parecía recordar amargos momentos.

-Lo siento si toqué un punto sensible- intervino de inmediato el caballero. -Es solo que de niño siempre creí que las hadas vivían en los más hermosos jardines jugueteando bajo la luz del sol-.

-Estoy sola... - respondió ella -El resto de las hadas se han quedado a jugar felices entre las flores mientras yo voy en busca de algo muy especial-.

-Si me cuentas, tal vez te pueda ayudar a encontrarlo-

-Busco un mundo donde todos sean morados y las personas apesten a incienso purpura-

El caballero guardo un silencio meditabundo. Cuanto hubiese deseado conocer la ubicación de ese mundo, llevar a la pequeña hada hasta él y verle sonreír. Sin embargo los deseos de un hada están más allá de las posibilidades de un caballero mortal.

-Lo siento... no se como ayudarte, pero si en algún momento me necesitas pongo a tus servicios mi espada, mi yemo y mi vida-

El hada agradeció el gesto tratando de minimizar el valor de sus acciones, pero el caballero tendría por siempre una deuda con aquella diminuta hada que le encontró en un lugar tan sombrío, al borde de la locura y la muerte. El caballero recordaría por siempre la forma en que ella acarició sus heridas y besó su corazón, entregándole un pequeño alivio que le dio fuerzas para levantarse y luchar.

El caballero se levantó y comenzó a avanzar con paso firme fuera del bosque con el hada siguiendole los pasos.

Al llegar al lindero del bosque el caballero se detuvo para despedirse del hada que aun tenía una búsqueda que emprender.

-¿A donde irás ahora?- preguntó el hada.
-No lo sé, pero no me quedaré a esperar mi destino, sino que iré a su encuentro-

Diciendo esto extendió hasta el hada una diminuta flor que ella tomó entre sus manos con alegría. Ella levantó su rostro feliz de ver al caballero con decisión en la mirada y fuerza en el corazón.

Entonces el hada se aproximó un poco más al caballero y con una dulzura que solo un ser sobrenatural puede poseer besó al caballero en uno de sus labios. El caballero sonrió ante aquel gesto y refrendó su deuda para con ella.

El hada levantó su vuelo y marchó hacia lo desconocido llevando con ella aquella pequeña flor.

El caballero, al no encontrar ningún camino, comenzó a caminar sin rumbo llevando consigo el recuerdo de aquella dulce hada.

Tras algún tiempo sus pasos le llevaron a orillas del mar en donde se sentó a disfrutar del sonido de las olas que bañan las blancas arenas del mundo.

Allí, dormitando entre el ulular del viento y el tintineo de las estrellas llegó hasta él un suave canto.

El caballero aguzó la mirada buscando el origen de aquella dulce melodía. No pudo ver nada en medio de la oscuridad, pero aquella tonada y la dulce fragancia que le acompañaba parecían venir de mas allá del mar.

 Imagen propiedad de Marco Antonio Pinto

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