sábado, 13 de marzo de 2010

La Reina del Mar

El sol del amanecer dibuja la silueta de un hombre sentado sobre las rocas que sobresalen apenas de la tierra cual si fuesen un diminuto cabello que se levanta hacia el inmenso mar.

Con el medio día los rayos de sol escapan a la sombra de las nubes y hacen resplandecer una plateada armadura que aquel caballero aun porta, incapaz de olvidar su pasado.

Las estrellas de la noche le miran allí, sentado, contemplando el mar, escuchando la dulce melodía que traen consigo las olas en un susurro. Al principio el caballero pensó que aquella melodía era un producto de su imaginación, un deseo oculto por encontrar consuelo en aquellos días de dolor.


Pero tras varios días y noches sentado sobre aquellas rocas se convenció que en verdad las olas cantaban una canción en una extraña lengua que no alcanzaba a comprender, pero cuyas delicadas notas le traían bellas imágenes, alegría y amor por la propia existencia.

Sin embargo aquella canción venía acompañada de lágrimas que se multiplicaban con cada burbuja en la espuma del mar. Un pasado difícil y recuerdos pesarosos eran la base de aquella canción que solo el caballero parecía escuchar.

Así pasaba el sol cada mañana contemplando al caballero que miraba al mar, pensativo y callado. Así pasaba la luna iluminando su armadura.

Fue una mañana que el caballero se levantó y con presteza comenzó a deshacer los nudos que aferraban las gruesas placas de metal a su cuerpo. con cuidado colocó su escudo y espada, su yelmo y su peto, sus guanteletes y todas las piezas de su armadura en un lugar seguro.

Descalzo caminó sintiendo el cosquilleo del arena y el frío del agua. Caminó hasta que sus brazos le sostuvieron en el borde entre el cielo y el mar. A nado siguió hasta el horizonte, escuchando las olas, siguiendo al viento, preguntando a las gaviotas.

Fue a medio día cuando el caballero llegó hasta la mitad del océano donde las míticas criaturas acostumbran vagar sin sentido y el caballero escuchó la melodía con más fuerza que antes.

Reposando sobre un cayo de arena cercano el caballero esperó nuevamente, escuchando esta vez el canto con mayor claridad, intentando comprender su significado y, más aun, la razón por la que esas deliciosas notas le hacían olvidar su dolor.

De pronto el canto cesó.

El caballero había comenzado a dormitar arrullado por la melodía y el súbito silencio le hizo abrir los ojos. Frente a él una hermosa figura se había arrodillado y le miraba fijamente.

Un hermoso cabello rizado y unos penetrantes ojos cafés asombraron al caballero quien se sonrojaba ante su presencia. Totalmente empapada ella sonreía sin quitarle los ojos de encima.

-hola- dijo el caballero.
-hola- contestó ella sin dejar de mirarle ni sonreír.
-¿Eres tú quien cantaba?-
-Si... aunque nunca pensé que un caballero vendría hasta aquí para escucharme cantar-
-Es una voz hermosa, y más hermosa la melodía-

La hermosa mujer se sonrojó.

-Claro que no lo es, es una canción triste... de hecho no la cantaba para nadie, solo para mí-
-Disculpa si te he ofendido con escucharla o venir hasta aquí-
-No te disculpes- respondió ella entreabriendo sus hermosos labios -me siento feliz de que a alguien le guste, aunque no creo que entienda nada sobre ella-
-Lo cierto es que no lo entiendo, pero no deja de resultarme hermoso tu canto-

El caballero se puso de pie y ella le siguió, mostrando una altura un poco menor que la del caballero. Ambos sonrieron al encontrarse tan cerca el uno del otro.

Ella se veía tan hermosa y frágil, pero a la vez fuerte y enérgica. Ambos hablaron un poco de cada cosa, sobre el pasado y el futuro, sobre las estrellas y la luna, sobre las armas y las olas del mar.

Así el caballero se enteró que se encontraba en presencia de la reina de los mares a cuyas ordenes se encontraba la brisa salada y el vaivén de las olas, el canto de las gaviotas y el calor del sol.

Poco a poco, un sentimiento de admiración creció en el corazón del caballero para convertirse en algo más, algo que el caballero no esperaba que sucediera.

Así, sin poder resistir aquel sentimiento que rugía y emanaba por todas partes exigiendo salir, el caballero se aproximó a ella una vez más e interrumpió toda la charla con un beso en su mejilla. Ella tomó su mano y bajó la mirada apenada, para después depositar un beso en sus labios.

-lo siento- dijo el caballero apenado por su atrevimiento
-No te disculpes, era algo que yo deseaba pero que no me habría atrevido a pedirte-

Hablando y sonriendo, tomados de la mano les vió el sorprendido sol que se despedía en el horizonte. besándose les halló la luna que no podía dejar de mirar sorprendida sus rostros llenos de alegría.

-Quisiera quedarme aquí por siempre- susurró el caballero a su oído.
-No debes hacerlo- respondió ella pegando la cabeza a su pecho. -Aquí morirás pronto-
-No me importa-

Ella se separó de pronto y le miró con fiereza.

-¿No te importa?... a mí sí, quiero que vivas y que volvamos a vernos-

Fue entonces que el velo de amargura que cubría el alma del caballero resbaló y se marchó con el viento. Fue entonces que el caballero comenzó a soñar de nuevo. Ella volvió a tomar sus manos y con ternura levanto el rostro para besarle. entonces continuó diciendo:

-Es tarde, debes volver a tu hogar, comer algo, dormir y estar listo para nuestro próximo encuentro que yo esperaré con ansias-
-Lo haré, pero no deseo volver allí-
-Lleva esto contigo y vuelve a tu hogar-

Entonces la reina del mar abrazó al caballero con fuerza, levantando los escombros de su corazón, apretujando su alma que gritó de satisfacción ante el gesto de aquella hermosa dama.

Así, en un beso a mitad de la noche el caballero emprendió la larga retirada y se dirigió a su hogar. Al llegar a la playa tomó de nuevo su armadura y dirigió sus pasos hacia el pueblo.

Las estrellas se opacaban con el brillo de las antorchas que iluminan al pueblo. Demasiadas antorchas encendidas para ser una hora tan avanzada de la noche.

Desde la colina por la que desciende el camino hacia el pueblo el caballero vió a una turba enfurecido que había acorralado a una pequeña criatura. El hada del bosque miraba con temor los rostros furiosos y el caballero, blandiendo espada y escudo se lanzó contra la gente del pueblo.


Imagen propiedad de candonguero

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